martes, 2 de febrero de 2010

Tarde de gran expectación termina en tremenda pachanga

Los toreros hicieron lo propio para tratar de salvar a unos astados que no se emplearon, pero algunos hechos "sui generis" mancharon la corrida.


 Por Antonio Santos
Ya lo dijo el cronista de la ciudad, Armando Fuentes Aguirre “Catón”: “Saltillo es otra cosa”, y tras la corrida de este domingo se pudo corroborar que no está tan equivocado.

La primera corrida del año resultó ser una gran decepción para los aproximadamente 2 mil espectadores que se reunieron en la Plaza Armillita y que presenciaron en una tarde muy fría sucesos y capítulos que en ninguna plaza del mundo suceden, sólo aquí en esta capital.

A pesar de la poca colaboración de los astados lidiados, los toreros Ignacio Garibay, Israel Téllez y Arturo Macías “El Cejas” pusieron todo lo que estuvo de su parte para hacerle fiesta a lo que se les pusiera enfrente, siendo Téllez el triunfador del festejo con dos oreja cortadas al quinto. “El Cejas” cortó una al tercero, pero le fue protestada, la rechazó y no dio la vuelta al ruedo.

De lo que se salvó el español Enrique Ponce, quien estaba originalmente contratado para lidiar la corrida de ayer de Jesús Cabrera, pues el encierro resultó escandaloso, pero sobre todo, sospechosamente manso, descastado y sin un ápice de parecido a lo que fueron sus antecesores, entre los que se cuentan dos ejemplares indultados de manera consecutiva, apenas el año pasado.

A pesar de que los toros lidiados ayer eran hermanos o medios hermanos de camada de los ya legendarios “Bufandas 2” y de “Camarero”, los de ayer fueron la antítesis de lo que es un toro bravo, el polo opuesto a lo que ha venido demostrando la excelente sangre de la dehesa del ganadero Armando Guadiana.

El colofón fue el séptimo de regalo, que inexplicablemente mostró en el ruedo una extraña incapacidad de sus facultades visuales, pero sobre todo, inhibido de su capacidad para embestir, propio de lo que le ordena su sangre brava, lo que desconcertó no sólo al público y al torero Ignacio Garibay, sino también al propio ganadero, pues eso no tuvo una explicación lógica.

Pero lo que vino a continuación fue lo que sólo en esta ciudad ocurre: la pachanga, el desorden, la chunga y el desprestigio de la fiesta que con tanto esfuerzo el empresario Guadiana ha luchado por erradicar, con la intención de poner algún día a Saltillo en los primeros planos del mundillo taurino.

Sin embargo, la falta de personal, de cabestros y de efectividad en las maniobras para devolver un toro a los corrales convirtieron el espectáculo en una parodia denigrante e histórica, pues hasta un perro intervino para devolver al rechazado séptimo de la congelante noche.

Por lo menos los tres toreros actuantes, que suman entre ellos casi mil corridas toreadas, nunca se habían topado con algo así en alguna plaza de nuestro país.

Pero es que Saltillo es otra cosa.





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