Muy digno y acertado en su palco, el juez Ricardo Balderas se negó a conceder el apéndice y entonces, demudado, Herrerías salió del callejón y subió hasta la fila 23 para manotearle al juez exigiendo que modificara su veredicto. Pero como éste era ya inapelable, sobre todo porque los caballos percherones arrastraban el cadáver del cornúpeta, Herrerías procedió a gritarle al usía como si éste fuera su empleado, y no un representante del Gobierno del Distrito Federal.
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