viernes, 15 de enero de 2010

Falta competencia entre nuestros toreros

Colaboración de Benjamín González Oregel.

Una de las ausencias que mayormente afectan a nuestra deslavazada fiesta taurina, es la falta de competencia entre los que aspiran a la gloria torera: los toreros. Ante este ayuno, lo que hacen nuestros coletas no trasciende.

El último intento serio que pude atestiguar, quedó en eso, en mero intento. Ocurrió la tarde del 25 de octubre pasado, durante la corrida con que se puso en marcha la Temporada Grande -así, con mayúsculas, dada la farsa que se presenta y ofrece en La México-, en el tapatío coso del Nuevo Progreso.

Ese domingo, Arturo Macías “El Cejas”, acicateado por la suave cadencia con que había manejado el percal el francés Sebastián Castella, durante el tercio de saludos, al segundo del encierro, llamado “Ganadero”, de Begoña, luego del segundo puyazo -como ordena y permite el reglamento vigente en ese circo-, se apretó de veras, en quites, por gaoneras. Los tendidos se cimbraron ante la hambrienta muestra exhibida por el de Aguascalientes. La respuesta del galo no tardó y, a pesar de la tardanza del “tío” begoñés -apenas con 550 kilos sobre sus fecundos lomos-, repitió la creación del “Indio Grande”, el inmenso Rodolfo Gaona, mientras el coliseo parecía venirse abajo. Los alternantes habían pintado sus rayas, todo parecía listo para la pelea. Por desgracia, “El Cejas” no soportó el peso del momento, o el tirón de Sebastián y, lo que imaginábamos, quedó para otra ocasión. Aunque estos gladiadores juegan en ligas tan distintas como distantes, esto nos privó de ansiada competencia. La que nos hubiese revitalizado, aunque también dividido. Porque estas divisiones son, también, sanas y fortalecientes para el espectáculo.

Tiempos que se fueron
Corrían las décadas comprendidas entre los finales de los 60 y la primera mitad de los 80, y por doquier, al hablar de toros, aparecían los que admiraban a Manolo Martínez, o a su rival más temible, Eloy Cavazos. No faltaban quienes se manifestaban a favor de Curro Rivera, de Antonio Lomelín, o de Joselito Huerta. Esto acicateaba a quienes intentaban alcanzarlos. Pero todos, los que sacaban la cabeza, tenían grupos de incondicionales y seguidores. Y los tendidos de las plazas -así se tratara de las más humildes-, se cubrían del abigarrado que tanto gusta.

Los canales de televisión, sobre todo los de cobertura nacional, tenían espacios para la difusión de la fiesta más culta de cuantas haya creado la raza humana -así la calificaba el ilustre y aun llorado poeta gaditano Federico García Lorca-. Los toreros, sobre todo los encumbrados, aparecían al lado de las más rutilantes estrellas del espectáculo. Se les relacionaba e inventaban noviazgos, debido a la popularidad de que gozaban.

No faltaban las estaciones radiofónicas en las que se daba cuenta de ellos, vía cápsulas informativas, o mediante la promoción de los festejos en los que habrían de tomar parte -casi siempre patronales-. Los carteles, con frecuencia encabezados, adornados por una copia de una pintura, con la figura del torero del momento, salida de la pericia y creatividad de los muchos artistas del pincel que gustaban de la más bella de todas las fiestas, eran codiciados. Encontrarse con un torero, y poder conversar con él, pedirle un autógrafo, era garbanza de a libra.

Eloy Cavazos ha sido la antítesis de Manolo Martínez, en cuanto a las formas de interpretar el toreo. Dueños ambos del pleno conocimiento del comportamiento de los toros, mientras “El Pequeño Gigante” daba vida al toreo alegre, ese que llegaba a todos los estratos y niveles de las multitudes, el quehacer martinista era propio de los iniciados y doctos. Pero las dos expresiones calaban tanto entre la gente que, hoy en día, el estribillo aquel de “Manolo, Manolo y ya”, cada vez se escucha, en medio de un profundo silencio, con mayor sonoridad. Y la pequeña figura de Cavazos se agiganta.

Han trascendido
En el caso de Manolo, su relación con otras artes se refleja en las pinturas de Pancho Flores y Alberto Gironella; en las esculturas de Humberto Peraza; en los escritos de Pepe Alameda, J. Francisco Coello Ugalde y Rafael Loret de Mola; y de su biógrafo Guillermo H. Cantú, en México. Su influencia también la han acusado los venezolanos Arturo Ulsar Pietro y Pepe Cabello. Pero no han escapado a ella los cineastas Juan Ibáñez y Cat Fletcher.

Muerto el 16 de agosto de 1996, en La Jolla, California, Manolo ha sido causa de comentarios como este:

“La figura señera, arrogante y atrayente de Manolo permanece intacta en el entorno que él levantó: majestuoso en el trasfondo de su arte y autoritario en lo maquiavélico de su forma con la única finalidad: trascender en la historia del toreo mexicano del siglo XX”.

Cosa que también ha logrado su encarnizado rival. En su honor, además de los cosos que llevan su nombre, en las nomenclaturas de algunas de las calles, avenidas, boulevares y hasta alguna estación del Metro, no se han olvidado el arrastre y las hazañas de Eloy Cavazos, y han sido bautizadas como él.

La falta de competencia, hoy, aleja a las masas -entre otras causales- de los tendidos de los cosos, sobre todo en aquellas plazas en las que se programan y ofrecen temporadas.

Pero la competencia, es parte del inventario de la fiesta. Debemos fomentarla.





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