lunes, 28 de diciembre de 2009

Dos orejas para Montes y contrariado final de Guerrita en la segunda de Cali

El rejoneador español Álvaro Montes cortó este domingo dos orejas a un bravo ejemplar de El Paraíso durante la segunda corrida de la Feria de Cali, en una tarde en la que la lluvia fue protagonista y que concluyó con desigual resultado para los espadas colombianos, ya que "Guerrita Chico" acabó mal.

FICHA DEL FESTEJO.- Seis toros de El Paraíso de propiedad de Jerónimo Pimentel (Domecq) correctos de presentación que dieron buen juego en términos generales. Sobresalieron el quinto, al que se le pidió el indulto, y el sexto bravo, que fue premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre.

Paco Perlaza: Pinchazo y estocada (oreja) y estocada y descabello (vuelta).
Breyny Hernán Ocampo "Guerrita Chico": Pinchazo y estocada baja (silencio) y tres avisos tras pinchazo (bronca).
Álvaro Montes: cuatro pinchazos con el rejón, uno completo y descabello (silencio), y rejonazo (dos orejas).
Un tercio de plaza en tarde lluviosa. El quinto toro volvió vivo a los corrales tras los tres avisos.
Mientras el rejoneador jienense Álvaro Montes cortaba las orejas al sexto, el caleño "Guerrita Chico", en el callejón de la plaza, no podía creer que le hubieran tocado los tres avisos y que hubiera recibido pitos cuando le correspondía una vuelta con las orejas del quinto que volvió vivo a los corrales.

La culpa de tan contradictorio final fue suya, ya que ante el primer pedido de indulto optó por atender más a la Presidencia que se mostraba claramente renuente y frenarse antes de ejecutar el volapié.

Malogró así una importante faena ante un toro repetidor y noble, cuya muerte anunciada se prolongó hasta los corrales donde llegarían seguramente los ecos del bochorno.

"Guerrita Chico" inició su faena citando desde los medios y ejecutando la primera serie diestra. Mejoraron de tono las siguientes -la tercera fue estupenda- sintiéndose al ejecutar cada muletazo convencido de la posibilidad de un triunfo.

Por la izquierda el toro se desplazaba menos y por ello lo enganchó en la segunda serie adelante, pulsando la arrancada.

Antes de perfilarse por primera vez decayó la faena tras ser desarmado. En adelante vinieron las dudas, la desconcentración: su ruina.

Con su primero cumplió con el capote y con la muleta se acopló en un trasteo sobre derechas que se vino a menos tan rápido como se le perdía gas al toro. No era el lado del astado el izquierdo y tuvo que tragar tres coladas antes de desistir.

Entablerado el toro y bajo persistente llovizna lo pasaportó en medio del silencio de un público que empezaba a buscar las zonas altas del tendido para evitar mojarse.

Abrió plaza el también colombiano Perlaza, que es torero alegre y pulcro. Fue buena su faena, al primero un jabonero al que recibió de capote terminando la serie en los propios medios.

Comenzó el también caleño sentado en el estribo para continuar con las dos rodillas en tierra, totalmente entregado al noble ejemplar que tuvo embestida rítmica pero que duró poco.

No evitó con este hacer el toreo fundamental, pero primó en Perlaza un toreo chispeante que tuvo como remate series de molinetes y el colofón de muletazos para la galería.

Al cuarto lo llevó bien, con la derecha sobretodo, intentando que arreara hacia adelante y confiado en cuajarlo en medio de la distracción causada por una lluvia que arreciaba, de paraguas que se abrían como girasoles, de capas de agua y chubasqueros que se desplegaban pintando los tendidos de amarillo, rojo y azul.

El rejoneador Álvaro Montes tuvo un primer toro manso al que no había manera de encelar. Intentó encender al público, lo que le distrajo de clavar en lo alto y reunido.

Ejecutó varios quiebros con el caballo, deslucidos por la deficiente colocación de las banderillas. Quizás la mala costumbre que se repite en América del toro pequeño para los rejoneadores lo dejara sin distancia para prender los arpones donde corresponde. Luego muchas carreras y nuevos intentos de distraer a la masa de lo sustancial.

Con el sexto utilizó su táctica de enviar a los subalternos a pegar capotazos para luego hacer notar su presencia y correrlos de mal modo. Al toro, de bravura inacabable, lo obligó a intentar superarse.

Cierto es que el estado del ruedo no era garantía suficiente y la dudosa tracción del barro obligaba a buscar seguridad en las carreras. Echó mano a nuevas piruetas y pasos de alta doma no siempre bien resueltos. Se lució con las banderillas cortas y usó bien el rejón de muerte dándole rápido fin al codicioso animal de El Paraíso, que fue arrastrado al desolladero tras una merecida vuelta al ruedo. (EFE)

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